sábado, 14 de julio de 2012

LA LEY DE COSTAS


          En este país se cometen a veces verdaderas barbaridades legales. Da la impresión de que nuestros representantes políticos viven en un mundo ilusorio, fuera de la realidad y de todo contacto con los problemas de los ciudadanos. Cabe citar como ejemplos dos de ellas, a saber, una la reforma de la ley de Derecho Civil de Galicia, que en una disposición adicional y de un plumazo, convertía en matrimonio a dos personas que convivieran en un mismo domicilio durante un año. Yo escribí entonces un artículo titulado algo así como “el matrimonio a la fuerza”. La cosa sólo cabía calificarla de disparatada, pues la más elemental de las lógicas nos lleva a pensar que si una pareja quiere casarse, pues ya lo hará y si no quiere, no hay Dios que le pueda obligar. Vamos, que esa tontería jurídica no se le podía ocurrir ni a Stalin o a Hitler en sus peores momentos de paranoia legislativa. Naturalmente, pronto hubo alguien con sentido común y se decidió crear el Registro de Parejas de hecho dependiente de la Xunta de Galicia y que la inscripción sea voluntaria, pues faltaría más. De todas formas, otro día hablaremos de este importante asunto de las parejas de hecho en España y la carencia de una Ley única, que evite que este reinado de taifas en que se ha convertido la piel de toro, acabe volviéndonos locos a todos y los primeros a los juristas que tenemos que lidiar con tanto despropósito legal como pulula por el país.
            La otra grave barbaridad de la democracia española, es la famosa Ley de Costas de 1988, que supuso de facto la expropiación de miles y miles de propiedades, viviendas, hoteles, restaurantes, negocios en general y…chiringuitos.
            De pronto, toda la gente que había construido o comprado de buena fe, al amparo de una legislación anterior, se convirtió, por arte de birlibirloque, en concesionaria, o vio venir la piqueta, que ya ha actuado en numerosas ocasiones.
            España es un país con miles de kilómetros de costa y es cierto que está bien que se proteja, pero eso de aplicar una Ley como esta con carácter retroactivo, además de estar feo, de atentar directamente contra el derecho de propiedad, uno de los fundamentales reconocidos en nuestra Constitución y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es una auténtica estupidez política.
            Todos estaremos de acuerdo, pienso, en que el turismo es uno de los principales motores de nuestra economía. En los tiempos en que se encuentra tan maltrecha, los turistas son en realidad nuestro oro negro, nuestro petróleo, el único sector que aguanta la tempestad financiera y económica que estamos sufriendo. Así, es claro que hay que mimar a este importante recurso para nuestros empobrecidos bolsillos, machacados sobre todo por la crisis del ladrillo.
            En nuestras costas han venido a vivir y siguen viviendo afortunadamente, muchos ciudadanos de otros países, que lo que buscan sobre todo es nuestro sol, nuestras playas y nuestro mar. O sea, que les gusta vivir en la costa. Pues bueno, todavía hay que estar explicándole a cualquier de los que han comprado alguna vivienda al lado del mar, dentro de las fatídicas zonas protegidas por la ley, que aunque llegaron, vieron, compraron y pagaron, con asesoramiento de abogados, notarios y registradores, pues todo eso no vale para nada y no son dueños sino concesionarios. O sea que los hemos convertido de la noche a la mañana en ocupas. Y que en muchos casos les van a tirar abajo su casa. Pues aun no se les ha quitado la cara de asombro, eso que ya hace años del invento de la Ley de Costas.
            Desde entonces hasta ahora, las peleas legales ante los Tribunales acumulan montañas de papeles, el estado manteniendo erre que erre su malévola Ley y los propietarios defendiéndose como gato panza arriba.
            El resultado es que sólo se han producido problemas, tragedias personales y enormes gastos en largos y complicados procesos judiciales. La costa sigue estando prácticamente como estaba en el año 1988, cuando salió la ley, con miles de propietarios estresados, pendientes de que les tiren sus casas o pensando que este es un país de locos en el cual no piensa invertir ni un euro más.
            Entre la variada casuística que ha producido esta Ley, querría pararme en el tema de los chiringuitos. Udes se acuerdan de la Ley de Carreteras y sus enormes y también absurdas limitaciones de la publicidad? Se acuerdan de que al final el toro de Orborne fue indultado y se modificó la norma en ese sentido?. Bueno, pues a los gobernantes, sean del ejecutivo o del legislativo que se metieron con esta verdadera institución de nuestras playas, habría que prohibirles, a ellos y sus familias directas al menos, que frecuentasen ninguno en ninguna parte. A ver qué les parecía. Precisamente uno de los placeres y atractivos mayores de nuestras playas son esta clase de establecimientos, que nos permiten tomar una caña o una sangría o degustar unas gambas justo al lado del mar… en fin, otra buena muestra de estupidez hispana, meterse con los chiringuitos.
            Pero parece que la cordura va llegando con las vacas flacas. El gobierno anuncia por fin una nueva regulación de la materia, con cosas tan sensatas como reducir las distancias de la zona de servidumbre de la costa, alargar las concesiones a unos periodos razonables, salvar de la quema a importantes marinas y una medida de lo más inteligente, como es permitir que los propietarios (perdón concesionarios) de los inmuebles afectados que han comprado o construido, puedan negociar con ellas. Rajoy y los suyos acaban de descubrir la pólvora con estas medidas, que bienvenidas sean y que se resumen, como en otros muchos temas, en un simple y conocido aforismo: “vive y deja vivir”. Salud.