La
España de las autonomías, nació o hubo que inventarla, sería más exacto decir,
en un momento muy delicado de la tormentosa historia política de la piel de
toro. Los padres de la Constitución de 1.978, tuvieron que hace encaje de
bolillos, sobre todo para tratar de encauzar y meter dentro de la nueva idea
democrática a los tres regiones españolas que en aquél momento tenían
reivindicaciones nacionalistas y se consideraban maltratadas por la dictadura,
particularmente en cuanto al uso de la lengua. Franco, por supuesto, no tenía
nada contra la empanada de sardinas, contra la sardana o la butifarra con
monchetas o contra chuletón de Berriz. Tampoco contra la cultura y el flolclore
popular de ninguno de estos tres territorios o como les queramos llamar. Contra
lo que sí tenia y todo, era contra la idea de la secesión de España y a esos
efectos, el régimen franquista era implacable.
Bueno,
pues de estos polvos vinieron estos lodos. Es decir, de la represión, más o
menos violenta de las señas identitarias de gallegos, vascos y catalanes, se
produjo, a través de los años, el efecto pendular característico de los
españoles. Ya he dicho en otras ocasiones y en este mismo foro, que somos un
país de gente exagerada. Y que rara vez se conforma con su propia realidad. También
cierto que siempre se acostumbra a derivar la culpa de los males hacia otros
pagos.
Y así,
nació la ETA y el GRAPO, y los terroristas catalanes, que fueron los que menos
duraron y aun nos quedan algunos en Galicia, que pretenden hacer la revolución
por cuenta y a base de hostias. El problema es que las van a llevar todas
ellos, como en realidad, les pasó a los de GRAPO a los independentistas
catalanes y a los de la ETA.
Pero la
cuestión de fondo y más importante, es que nuestro políticos de la transición
decidieron que los justo sería que hubiera pan para todos y para contentar a
los nacionalistas históricos, vinieron en inventar los que hemos dado en llamar
“las autonomías”. Y regiones como Aragón o Catilla o Extremadura, en las que a
nadie se le había ocurrido tal cosa, pues dijeron que bueno, que estaba bien y
hasta nacieron de la nada partidos “autonomistas”, como por ejemplo la conocida
y cachonda CHUNTA aragonesista, cuyo propietario, José Antonio Labordeta, que
en paz descanse el bueno del hombre, cachondo él como su partido, presumía de
que las asambleas las celebraba en un ascensor.
Naturalmente
que el original partido se basaba sobre todo en la defensa de la lengua
aragonesa, que nadie conocía por cierto, aparte de Labordeta y cuatro amiguetes
más.
Pero
eso es la democracia y aunque se apruebe una auténtica sandez, siempre que sea
por mayoría, pues adelante. La reciente historia de España está llena de estos
ejemplos y no me tienten porque soy capaz de enumerar algunos más que los dedos
de la mano. Y todos nos íbamos reir bastante de las tonterías que han sido
capaces de aprobar nuestros representantes legislativos.
Pero
ahora la cuestión se pone seria, porque el estado de las autonomías, en vez de
conformar y calmar las ansias nacionalistas de las regiones que fueron en
realidad la causa de su nacimiento, (Galicia, Euskadi y Cataluña), lo que ha
conseguido ha sido todo el efecto contrario, es decir, potenciar el
nacionalismo, promover su proselitismo desde la escuela y, lo que es más grave,
fomentar la desigualdad de los ciudadanos españoles, creando en realidad más
problemas de los que se trataba de solucionar. Y ello sin contar con el enorme
coste económico que ha supuesto el duplicar muchas competencias, el tener
dobles parlamentos y dobles gobiernos, el tener policías que hacen lo mismo
pero cobran mucho más (no se sabe porqué, me lo expliquen, que no lo entiendo).
Pero al
final, qué es lo que de verdad le importa al ciudadano de a pie, aparte de que
los políticos hablen español, gallego, vasco, catalán o esperanto en sus
discursos públicos (en privado hablan todos español, se lo juro, hasta los de
la ETA).
Pues le
importa vivir en un país que funcione, donde exista una enseñanza, una sanidad,
una justicia, una administración, o sea unos servicios públicos que estén bien
engrasados y no sean inasequibles para la gran mayoría. Le importa tener un buen nivel de vida, tener
su vivienda propia, su coche, sus vacaciones, su diversión. Y que cuando llegue
a la jubilación pueda terminar su vida de una forma digna. Esto es lo que le
importa. Bueno, es que esto le importa en realidad a todos los seres humanos,
al menos a los que tienen bien la cabeza, que también abundan por desgracia
muchos “homo sapiens”, que no cabria calificar de tales.
Bueno,
pues llevamos 34 años de democracia. ¡qué poquitos! Y creemos que ya todo está
arreglado y solucionado. Pues no nos queda camino por delante ni nada, para
llegar al nivel de funcionamiento democrático de otros países. Y sobre todo,
nos queda mucho que andar para inventar de verdad nuestra propia democracia,
que aún está en pañales, que es un bebé recién nacido. Que tenemos que meter muchas veces la
pata y darnos muchos golpes para ir
aprendiendo a convivir. La verdadera y necesaria revolución del pueblo español,
es alguna que nunca se ha producido ni planteado. Es la revolución cívica, la
de la buena educación, la del respeto por lo demás. Ahí estamos en párvulos
todavía. ¿Oyen Udes. decir por ahí, Buenos días, por favor, muchas gracias, lo
siento? A pesar de eso los españoles en general nos consideramos bien educados,
pero damos la risa, cuando no irritamos y se nos identifica desde lejos en un
café de Viena, por ejemplo, por lo que chillamos cuando estamos reunidos,
inconscientes de que hablando bajito la gente se entiende mejor. Y eso es
porque, en realidad, no queremos entendernos, sino imponer nuestras razones y
nuestras opiniones y las de los demás nos traen sin cuidado, olvidando o no
conociendo aquella famosa frase: No estoy de acuerdo con lo que Ud. opina, pero
estaría dispuesto a morir para defender su derecho a exponerla. Esta es la
verdadera democracia, al menos por el momento.
Pero
volvamos a las autonomías, a nuestras autonomías, que no son ni chicha ni
limoná. Ni somos un estado totalmente centralista, como Francia, ni somos un
país de estructura federal como Alemania o EEUU. Pero lo que más nos interesa a
todos es que esto funcione y a lo mejor resulta que hay que reformar la
Constitución, pero no para conceder independencias ni reconocer soberanias,
sino para volver al estado antiguo. Porque, ¿funciona peor que el nuestro un
estado centralista como Francia? Es peor su justicia, su administración
pública, su enseñanza o su sanidad?. Pues claro que no. Así que el quid de la
cuestión no está en que haya más o menos centralismo de competencias. Consiste
en que la maquinaria del estado trabaje bien, que haya competencia, que haya
honradez.
Y les diré una última cosa, con los medios
telemáticos de que disponemos hoy en día da igual que las decisiones se tomen
en Madrid, en Bruselas o en Oslo. Sólo es una cuestión de voluntad política
para dotar a la administración, a todas las administraciones, de los medios
adecuados para ayudar al ciudadano respecto a los problemas que les plantee,
con arreglo a las competencias que tenga asignadas.
Las
autonomías españolas se encuentran un momento muy delicado. Porque, o se ponen
la pilas para administrar realmente bien sus recursos o la cosa se les va a
poner bien fea. Y si no, al tiempo.