miércoles, 10 de octubre de 2012

ESPAÑA ES DIFERENTE


                La España de las autonomías, nació o hubo que inventarla, sería más exacto decir, en un momento muy delicado de la tormentosa historia política de la piel de toro. Los padres de la Constitución de 1.978, tuvieron que hace encaje de bolillos, sobre todo para tratar de encauzar y meter dentro de la nueva idea democrática a los tres regiones españolas que en aquél momento tenían reivindicaciones nacionalistas y se consideraban maltratadas por la dictadura, particularmente en cuanto al uso de la lengua. Franco, por supuesto, no tenía nada contra la empanada de sardinas, contra la sardana o la butifarra con monchetas o contra chuletón de Berriz. Tampoco contra la cultura y el flolclore popular de ninguno de estos tres territorios o como les queramos llamar. Contra lo que sí tenia y todo, era contra la idea de la secesión de España y a esos efectos, el régimen franquista era implacable.
                Bueno, pues de estos polvos vinieron estos lodos. Es decir, de la represión, más o menos violenta de las señas identitarias de gallegos, vascos y catalanes, se produjo, a través de los años, el efecto pendular característico de los españoles. Ya he dicho en otras ocasiones y en este mismo foro, que somos un país de gente exagerada. Y que rara vez se conforma con su propia realidad. También cierto que siempre se acostumbra a derivar la culpa de los males hacia otros pagos.
                Y así, nació la ETA y el GRAPO, y los terroristas catalanes, que fueron los que menos duraron y aun nos quedan algunos en Galicia, que pretenden hacer la revolución por cuenta y a base de hostias. El problema es que las van a llevar todas ellos, como en realidad, les pasó a los de GRAPO a los independentistas catalanes y a los de la ETA.
                Pero la cuestión de fondo y más importante, es que nuestro políticos de la transición decidieron que los justo sería que hubiera pan para todos y para contentar a los nacionalistas históricos, vinieron en inventar los que hemos dado en llamar “las autonomías”. Y regiones como Aragón o Catilla o Extremadura, en las que a nadie se le había ocurrido tal cosa, pues dijeron que bueno, que estaba bien y hasta nacieron de la nada partidos “autonomistas”, como por ejemplo la conocida y cachonda CHUNTA aragonesista, cuyo propietario, José Antonio Labordeta, que en paz descanse el bueno del hombre, cachondo él como su partido, presumía de que las asambleas las celebraba en un ascensor.
                Naturalmente que el original partido se basaba sobre todo en la defensa de la lengua aragonesa, que nadie conocía por cierto, aparte de Labordeta y cuatro amiguetes más.
                Pero eso es la democracia y aunque se apruebe una auténtica sandez, siempre que sea por mayoría, pues adelante. La reciente historia de España está llena de estos ejemplos y no me tienten porque soy capaz de enumerar algunos más que los dedos de la mano. Y todos nos íbamos reir bastante de las tonterías que han sido capaces de aprobar nuestros representantes legislativos.
                Pero ahora la cuestión se pone seria, porque el estado de las autonomías, en vez de conformar y calmar las ansias nacionalistas de las regiones que fueron en realidad la causa de su nacimiento, (Galicia, Euskadi y Cataluña), lo que ha conseguido ha sido todo el efecto contrario, es decir, potenciar el nacionalismo, promover su proselitismo desde la escuela y, lo que es más grave, fomentar la desigualdad de los ciudadanos españoles, creando en realidad más problemas de los que se trataba de solucionar. Y ello sin contar con el enorme coste económico que ha supuesto el duplicar muchas competencias, el tener dobles parlamentos y dobles gobiernos, el tener policías que hacen lo mismo pero cobran mucho más (no se sabe porqué, me lo expliquen, que no lo entiendo).
                Pero al final, qué es lo que de verdad le importa al ciudadano de a pie, aparte de que los políticos hablen español, gallego, vasco, catalán o esperanto en sus discursos públicos (en privado hablan todos español, se lo juro, hasta los de la ETA).
                Pues le importa vivir en un país que funcione, donde exista una enseñanza, una sanidad, una justicia, una administración, o sea unos servicios públicos que estén bien engrasados y no sean inasequibles para la gran mayoría.  Le importa tener un buen nivel de vida, tener su vivienda propia, su coche, sus vacaciones, su diversión. Y que cuando llegue a la jubilación pueda terminar su vida de una forma digna. Esto es lo que le importa. Bueno, es que esto le importa en realidad a todos los seres humanos, al menos a los que tienen bien la cabeza, que también abundan por desgracia muchos “homo sapiens”, que no cabria calificar de tales.
                Bueno, pues llevamos 34 años de democracia. ¡qué poquitos! Y creemos que ya todo está arreglado y solucionado. Pues no nos queda camino por delante ni nada, para llegar al nivel de funcionamiento democrático de otros países. Y sobre todo, nos queda mucho que andar para inventar de verdad nuestra propia democracia, que aún está en pañales, que es un bebé recién nacido.  Que tenemos que meter muchas veces la pata  y darnos muchos golpes para ir aprendiendo a convivir. La verdadera y necesaria revolución del pueblo español, es alguna que nunca se ha producido ni planteado. Es la revolución cívica, la de la buena educación, la del respeto por lo demás. Ahí estamos en párvulos todavía. ¿Oyen Udes. decir por ahí, Buenos días, por favor, muchas gracias, lo siento? A pesar de eso los españoles en general nos consideramos bien educados, pero damos la risa, cuando no irritamos y se nos identifica desde lejos en un café de Viena, por ejemplo, por lo que chillamos cuando estamos reunidos, inconscientes de que hablando bajito la gente se entiende mejor. Y eso es porque, en realidad, no queremos entendernos, sino imponer nuestras razones y nuestras opiniones y las de los demás nos traen sin cuidado, olvidando o no conociendo aquella famosa frase: No estoy de acuerdo con lo que Ud. opina, pero estaría dispuesto a morir para defender su derecho a exponerla. Esta es la verdadera democracia, al menos por el momento.
                Pero volvamos a las autonomías, a nuestras autonomías, que no son ni chicha ni limoná. Ni somos un estado totalmente centralista, como Francia, ni somos un país de estructura federal como Alemania o EEUU. Pero lo que más nos interesa a todos es que esto funcione y a lo mejor resulta que hay que reformar la Constitución, pero no para conceder independencias ni reconocer soberanias, sino para volver al estado antiguo. Porque, ¿funciona peor que el nuestro un estado centralista como Francia? Es peor su justicia, su administración pública, su enseñanza o su sanidad?. Pues claro que no. Así que el quid de la cuestión no está en que haya más o menos centralismo de competencias. Consiste en que la maquinaria del estado trabaje bien, que haya competencia, que haya honradez.
                 Y les diré una última cosa, con los medios telemáticos de que disponemos hoy en día da igual que las decisiones se tomen en Madrid, en Bruselas o en Oslo. Sólo es una cuestión de voluntad política para dotar a la administración, a todas las administraciones, de los medios adecuados para ayudar al ciudadano respecto a los problemas que les plantee, con arreglo a las competencias que tenga asignadas.
                Las autonomías españolas se encuentran un momento muy delicado. Porque, o se ponen la pilas para administrar realmente bien sus recursos o la cosa se les va a poner bien fea. Y si no, al tiempo.

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