Nuestros nacionalistas españoles, porque lo son
“malgre loi”, se llenan la boca con el derecho de los pueblos a la
autodeterminación, base del referéndum que el Sr. Más dice querer organizar en
Cataluña, si o si.
También ponen los ejemplos del Quebec canadiense
y de Escocia. Y parece que hablan de un dogma de fe, de un derecho fundamental
que puede ser aplicado en todos los casos y de forma automática.
Como a lo que está jugando el amigo Más
es a engañar y confundir al personal, no se para a explicarle a la gente que
este derecho, declarado por las Naciones Unidas en casos concretos, no es nada
pacífico y admite múltiples aplicaciones e interpretaciones. O sea, que cada
caso es cada caso. La libre determinación está
recogida en algunos de los documentos internacionales más importantes, como la Carta
de las Naciones Unidas o los Pactos Internacionales de Derechos Humanos, aunque no en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La autodeterminación está estrechamente ligada al
término pueblos y
aquí es donde empieza el verdadero problema filosófico político.
La ONU ha reconocido este derecho en
numerosas resoluciones, sobre todo a raíz de los procesos de descolonización en
el siglo XX. Era evidente que las naciones que habían sido colonizadas y que ya
tenían una entidad política propia (normalmente monarquías) o países
semifeudales, deberían de recobrar su independencia. Ninguna duda ofrecían
casos como la India, o numerosos países africanos, si bien los procesos de
retirada de la potencia colonial no se llevaron a cabo sin graves
enfrentamientos, guerras y masacres, producto precisamente de que las
divisiones realizadas por la potencia ocupante que se retiraba, muchas veces
obedecían a los propios intereses del colonizador e incluso al mero capricho o
a razones comerciales.
Así, Pakistán con Cachemira, o Gambia,
que divide a Senegal por su centro, porque los ingleses quisieron quedarse con
el rio, única forma de comunicación y vertebración del territorio.
De estas situaciones políticas, que se
dieron tras la segunda guerra mundial, surge precisamente la necesidad de
reconocer y regular de alguna manera el derecho de los pueblos a su libre
determinación.
Pero naturalmente, nada tiene que ver el
proceso descolonizador africano o asiático, con la actual situación de los
movimientos nacionalistas españoles. Ni tampoco, dicho sea de paso y aunque se
pueda acercar algo más con los casos de Canadá o de Escocia. En el primer país
ocurre que primero fue colonizado por los franceses, que más tarde fueron
dominados en distintos enfrentamientos armados por los ingleses. Y aunque se
llegó a una entente política y una constitución pactada, ésta parte siempre de
una realidad francófona de la parte de Quebec, anterior por cierto a la
dominación inglesa, que se produjo por la fuerza. En todo caso estamos hablando
del siglo XVIII para acá y eso importa y mucho a la hora de hablar del tema que
nos ocupa.
El caso de Escocia también es distinto
y tiene sus propias peculiaridades. Se trata de un reino existente desde el
siglo VI. En 1.707, nace la Gran Bretaña, en la que se integra voluntariamente Escocia.
Nada que ver con la situación de
Cataluña. En primer lugar y como sabe todo el mundo, menos los niños catalanes,
a los que se les cuenta una historia falseada en las escuelas, esta región
española nunca fue un reino. Se integró en el reino de Aragón de forma pacífica
por el matrimonio entre Petronila, nieta de Alfonso el Batallador y Ramón
Berenguer IV, conde de Barcelona (título que, por cierto, ostenta hoy dia el
Rey de España. D. Juan Carlos I). Ramón Berenguer por cierto, nunca llegó a ser
rey de Aragón, porque el suegro (Ramiro II el monje) seguramente no se fiaba de
él y conservó la corona.
Les invito a que lean la página web de
la Generalitat de Cataluña o cualquier otra información histórica que provenga
de esa misma fuente. Ahí se habla de los “Reyes catalanes” y del rey catalán
Pedro II el grande, que no fue otro sino Pedro III el Grande, Rey de Aragón…y
Conde de Barcelona, claro.
Así que toda la “grandeza” del “reino
de Cataluña”, fue en realidad la grandeza del Reino de Aragón, que llegó a
dominar en el siglo XV, una cuarta parte de la península ibérica, las islas
Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia, la mitad de la bota de Italia e incluso el
ducado de Atenas y el de Neopatria.
Naturalmente que Cataluña tuvo sus
famosos mercenarios (los almogávares) y conservó sus instituciones, cosa por
otra parte normal pues la unión entre el Condado de Cataluña y Aragón fue de
carácter político y el Rey aragonés de facto (el titular se recluyó en un
monasterio) era en realidad catalán.
Por cierto que la reflexión que surge
de esta brillante historia hispana es que la unión hace la fuerza y que cuando
más grande y famosa y poderosa fue Cataluña, fue precisamente cuando se integró
en el Reino de Aragón.
Para terminar con estas precisiones
históricas, que cualquiera puede leer hoy en día en internet y que desmontan
las tonterías nacionalistas de la Generalitat, sólo hay que visitar el lugar
más sagrado de Cataluña, o sea, el monasterio de Monserrat en donde aparece
como es lógico por todas partes las señas del reino de Aragón.
Podemos hablar también de la famosa
bandera de Cataluña, con la que ahora quieren inundarnos las imágenes. Bueno,
pues se trata asimismo de las barras de la bandera de Aragón, que en tiempos
usaba únicamente el Rey. Pero es que estas barras rojas y amarillas están
también en la bandera de Valencia, en la de Mallorca e incluso en la de Nápoles.
Y también, por supuesto, en la bandera de los Reyes Católicos y en la de España,
que es roja y gualda.
En realidad, si algún territorio
tuviera que reivindicar la independencia por su pasado glorioso, tendría que
ser Aragón.
Así que me parece que queda bien claro
que cualquier parecido del caso de Cataluña con una país colonizado es mera
fantasia. Y que Cataluña ha formado parte de España desde que ésta existe y
antes del reino de Aragón y antes fue visigoda y musulmana y romana, como toda
la península Ibérica, está fuera de toda discusión. Como digo, lo saben hasta
los niños de primaria, si no estudian en Cataluña, se entiende.
Pero, una vez hecha esta breve reseña
histórica, volvamos a lo de la autodeterminación de los pueblos. Como decíamos,
el problema consiste en saber cual es el pueblo que tiene derecho a la
autodeterminación o a la libre decisión de su futuro político. Asunto también
difícil de precisar y que no siempre está claro.
Centrándonos en el caso de España y
partiendo de la base de que Cataluña siempre ha formado parte de ella, ¿qué
circunstancia autoriza a conceder ese derecho a los ciudadanos catalanes?.
Porque ellos son el pueblo catalán, pero también son el pueblo español. ¿Con qué
derecho podrían obligar los nacionalistas y los independentistas (que son
muchos menos de lo que aaparentan, ya lo verán Udes. el días 25 N) a los otros catalanes a dejar de
ser españoles?. ¿Tendrían también derecho a la autodeterminación y a la
independencia en su caso, la provincia de Tarragona o la de Lérida?. ¿O alguno de
los Ayuntamientos catalanes que ya se han declarado territorio soberano?.
La respuesta está clara, si hay que
hablar de pueblo, aunque a mí me parece en muchos casos una entelequia demagógica, habrá que
aplicarlo al pueblo español, o sea a todos los que vivimos bajo la Ley de la
Constitución Española de 1.978, que es la que nos hemos dado por el momento. Y
el tan manido derecho de autodeterminación, como todos los demás derechos que
en realidad no son de los pueblos, sino de los individuos, pertenece a los
españoles, que ejercen la soberanía nacional. Y los demás son coñas marineras,
inventadas sobre todo para tratar de ganar elecciones. Esperemos que el Sr.
Más, y su consejero de interior, el que dice que tiene a su disposición a los
guardias catalanes para lo que haga falta, y sus demás amiguetes, se peguen un
buen tozolón el día de las elecciones, porque lo catalanes que en general son
gente sensata y realista, los manden al carrallo, como se dice en Galicia. He
dicho.