miércoles, 31 de julio de 2013

LA TRAGEDIA DE SANTIAGO

           Cuando vamos en un AVE de los muchos que ya circulan por España, somos conscientes de que estamos desplazándonos a una velocidad de 300 Kilómetros por hora y también que lo hacemos en el vehículo más seguro a esta velocidad que existe hoy en día (tren magnético aparte, que alcanza fácilmente los 500 Kilómetros).


           El que esto escribe lleva años diciendo que el problema no es la velocidad y que precisamente el día que los automóviles circulen a 500 o 1.000 Km por hora ya no habrá accidentes o serán contados. Y ello porque, entonces, habrá desaparecido la pieza que falla en estas máquinas. Es decir, el conductor. Un tren o cualquier vehículo que circule a esas velocidades, ya no puede depender de la falibilidad del ser humano. Tendrá que ser una máquina que lo gobierne y la máquina tiene que preveer, en su programa informático cualquier incidencia que pueda provocar una catástrofe. Y así es, en efecto. El tren de alta velocidad (AVE) español, se inauguró en el año 1992, para la Expo mundial de Sevilla. Han pasado muchos años, veintiuno concretamente, y el tren sigue funcionando a la perfección, sin haber tenido un solo percance grave y guardando puntualmente sus horarios.


           Y toda este acierto increíble hace unos años, se debe sobre todo y por encima de todo a la tecnología que rodea el tren más rápido del país. Si no estoy mal informado, el AVE está dotado, entre otros muchos sistemas de seguridad, de un radar que detecta cualquier objeto en la vía a 5 kilómetros de distancia y que lo hace frenar en caso de peligro. Por supuesto, también frena él solo si el conductor desobedece las señales de velocidad de la via.


           Viene todo esto a cuento, como Ud. ya supondrá, querido lector, por el caso del terrible accidente del ALVIA en Santiago, que todos hemos podido ver a la perfección en el vídeo de las cámaras de seguridad de RENFE.


           Qué es lo que ha fallado en este increíble siniestro?. Todo el mundo le echa la culpa al conductor, en el habitual proceso de linchamiento mediático a que somos muy dados en esta país. Efectivamente, el tren entró a una velocidad completamente excesiva e inadecuada en una curva y era quien manejaba la máquina el que debería de haber levantado el pié mucho antes de llegar a la curva fatídica. Pero no es menos cierto que el accidente se produce porque el tramo en el que descarriló el tren era “de los antiguos”, es decir, de los que no tienen las balizas que hacen parar al convoy si detectan exceso de velocidad para el tramo. La realidad es tan triste como brutal. Si ese tramo de entrada a la estación de Santiago tuviera las medidas de seguridad del AVE, el siniestro no habría ocurrido.


           Pero es que ya resulta increíble a estas alturas que un tren que circula tranquilamente a más de 200 kilómetros por hora pueda depender solamente de la mano humana.


           La posible responsabilidad del conductor del tren y su gradación, ya se decidirá en el proceso penal. Pero y si hubiera sufrido un desmayo o un infarto?. Da igual los muertos y heridos que hubiera habido, que no podría ser castigado.


           Centrarnos ahora en penar con toda dureza a un empleado de RENFE no va a dejar tranquilo a nadie.


           El fallo de fondo en realidad es que no podemos circular con máquinas tan poderosas y tan rápidas que dependan del control de una sola persona. Porque esto que ha pasado, este terrible y doloroso accidente que, en unos treinta segundos ha segado un montón de vidas humanas y puede tener incluso consecuencia económicas muy negativas para nuestras inversiones de trenes de alta velocidad en el mundo (como es sabido somos punteros en esta materia), puede volver a repetirse.


           Urge pues adoptar medidas para que esto no vuelva a pasar y que los trenes frenen sólos cuando tengan que frenar, de manera que todos podamos estar verdaderamente tranquilos, sin pensar en que dependemos de un fallo humano.

           El tren, que se había quedado obsoleto y anticuado, ha vuelto a recuperar su protagonismo sobre distancias cortas y medias y la mejor prueba de su eficacia como medio de transporte son los muchos años de servicio del AVE en España, sin un solo problema.

           El accidente siempre acecha y no digamos el fallo humano, pero la mejor forma de evitarlo es precisamente procurando que cada vez intervenga menos la mano de un conductor o que el mismo vehículo le impida el fallo. Toda esa tecnología ya existe, sólo hay que aplicarla por todas partes lo antes posible. Si ya se hubiera hecho, nos habríamos ahorrado mucho dolor y lágrimas.