Pasamos otro 6 de diciembre, en el que
se conmemora la constitución española de 1978. La de todos los españoles. La
norma fundamental de nuestro ordenamiento jurídico que se ha mantenido durante
más tiempo que ninguna. Las anteriores, desde la de Cádiz de 1812, pasando por
las del siglo XIX, cabe calificarlas de efímeras, cuando no de trágicas, como
la de la segunda República española, que terminó como todos sabemos, en guerra
civil y en la posterior dictadura franquista.
Rigiendo nuestra constitución, cabe
decir que España ha experimentado el más importante cambio político y social de
toda su historia, en proporción al corto periodo histórico al que nos
referimos.
De un país atrasado y sin libertades
hemos pasado a ser uno de los estados más avanzados en muchas cuestiones. A
cualquier lado que miremos, a nivel legal por supuesto, que es de lo que estoy
hablando, no tenemos nada que envidiar a ninguna democracia del planeta. Si
hablamos, por ejemplo de los derecho de la mujer, de la igualdad con el hombre,
yo invito a cualquiera que me diga otro país en donde funcione de forma
efectiva la llamada “discriminación positiva”, consagrada por el Tribunal
Constitucional. Ser machista con la pareja en la España de hoy, sale caro, muy
caro. A veces cuesta el suicidio del macho. Si me ralla el coche a propósito mi
ex, la denuncia va lenta como una tortuga y probablemente quedará en nada. Si
se lo rallo yo, la consecuencia de la denuncia es detención inmediata.
Esto por poner algún ejemplo práctico.
La modernización de la sociedad que habita la piel de toro, el cambio de costumbres
y concepciones ha sido tan radical, que cualquier parecido de la España del 78
con la del 2012, es mera coincidencia.
Y si hablamos de la organización
territorial del estado, de las autonomías, pues no veas. Del centralismo
rabioso y rígido del franquismo al semifederalismo actual. Nunca las llamadas
nacionalidades históricas, Galicia, País Vasco y Cataluña, han disfrutado del
grado de autogobierno, de la protección de su lengua y sus tradiciones como con
la Constitución del 78. Curiosamente, este grado de descentralización de
competencias ha producido un efecto contrario al pretendido, porque los
partidos nacionalistas, que prácticamente no existían o estaban aletargados
durante el franquismo, han recibido oxígeno y se han revitalizado y ahora
resulta que piden más autonomía, más autogobierno y la independencia.
Pero bueno, esta es la España que
tenemos hoy y con la que tenemos que vivir, con toda nuestra crisis económica y
la consecuente social.
Naturalmente, la Constitución no tiene
culpa de nuestros males actuales, al contrario, sigue aportando lo principal y
más importante de una ley de leyes. Lo más importante para cualquier país, como
es la estabilidad política, la seguridad jurídica, el entramado, la estructura
legal que mantiene coexionada una nación.
Por eso debemos de respetarla y
defenderla. Y si la queremos cambiar, sobre todo en las cuestiones más
importantes, como hay algunas voces que lo piden, que sepamos que hay que
hacerlo por consenso, igual que cuando se fabricó y se promulgó. Es decir,
interviniendo todos los españoles por procedimientos democráticos.
Para mí, la Constitución del 78 está
bien como está. Otra cosas son las leyes que se generan desde ella hacia abajo.
Decía Romanones, “que hagan las leyes, que yo haré los reglamentos”. Pero estos
nunca pueden ir contra aquellas.
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