domingo, 6 de enero de 2013

EL MACHISMO BRUTAL


         Hay acontecimientos que cabe calificar de monstruosos y que ponen el pelo erizado. Uno de ellos, ha ocurrido en la India, en donde seis energúmenos violaron y asesinaron a una muchacha de 23 años, al tirarla en marcha del autobús donde viajaba.

         El otro ha sido en nuestro civilizado país en donde otro ser no menos despreciable ha dado muerte a un bebé de 18 meses como venganza contra su novia.

         Los dos delitos son repulsivos, pero no cabe equipararlos. Y ello porque la violación masiva y posterior asesinato ocurrieron en un autobús, en donde se supone que iba más gente y que tenía un conductor. La primera y terrible pregunta que surge es ¿qué hicieron los demás ocupantes del autobús, que hizo el chófer, porqué no paró el autobús?. Parece que nadie la defendió del brutal ataque.

         En el segundo caso, se trata de un hecho individual y aislado.

         Hace muchos años que estuve en la India y allí me contaba la guía, hablando de la situación de las mujeres, que eran frecuentes las violaciones pero que casi nadie las denunciaba, porque en la comisaría las volvían a violar y no les hacían mayor caso.

         Naturalmente que esto ha cambiado para bien y así vemos las violentas manifestaciones que han seguido al trágico suceso.

         Pero todo esto y lo que sucede día a día en el mundo con las mujeres, desvela uno de los principales problemas de la sociedad, como es el machismo cruel y repugnante que impregna las diversas estructuras sociales que conviven en el planeta azul.

         Pero esta evidente injusticia que supone una actitud social contra los derechos y la igualdad de los seres humanos, tiene grados, como ya digo. Desde la actitud más extrema de los fanáticos talibanes, capaces de atentar contra una niña como la pakistaní Malala por el mero hecho de que defienda que las mujeres pueden y deben de ir a la escuela, hasta nuestro machismo patrio, que acaba de inaugurar la siniestra estadística anual de los asesinatos de género hace pocos días.

         Como en otros aspectos, el mundo musulmán es el que se lleva la palma en el maltrato cruel a las mujeres. A la prensa sólo llegan unos pocos casos, los más graves y más llamativos o los que no quedan ocultos por el miedo, la ignorancia o la represión. Cabe citar tantos que se podria escribir un libro bien extenso, con tantas historias terribles que tienen que sufrir las mujeres en esas culturas atrasadas e imbuidas siempre por la interpretación atávica y restrictiva de cualquier religión, normalmente la islámica.

         Desde las ablaciones del clítoris hasta la ejecución a pedradas. Desde el “castigo” con ácido en la cara por parte de un pretendiente despechado, hasta el asesinato en sus formas más despreciables, para lavar “el honor de la familia”, existe toda una panoplia de salvajadas que son cometidas todos los días en sociedades que, o bien protegen legalmente estas prácticas o las aprueban socialmente.

         Así pues, parece patente que el mundo, sobre todo el musulmán, precisa de una verdadera revolución, pero no las que se han hecho y se están llevando a cabo en países como los del norte de Africa. Ya estamos viendo en qué desemboca el derrocamiento de los tiranos como Gadafi o Mubarak. En que se instalen en el poder regímenes parecidos y que las leyes no mejoren la situación, sino que vayan a peor, o sea en el sentido de adoptar la sharia, como inspiración constitucional, como está ocurriendo en Egipto.

         La revolución que precisan es la de la mujer. De un extremo al otro del universo machista, hacen falta muchas Malalas y activistas como la egipcias que se manifiestan desnudas (en Dinamarca claro), reclamando la igualdad de derechos.

         Desde la afganas, que deberían de usar los burka para esconder metralletas y pagar a los talibanes con su misma moneda, hasta las mujeres de la India, que tienen que soportar el dato brutal de que en su pais se produzca una violación cada 20 minutos.

         Solo ellas, con su enorme fuerza numérica, pueden conseguir el avance social. Por supuesto que no es sólo una cuestión de sexos y habemos muchos hombres que apoyamos a las mujeres en su lucha contra la terrible desigualdad a que las someten muchas sociedades, pero las principales protagonistas tiene que ser ellas. Sin embargo aquí viene el más grave problema, como en toda transformación social. Y es que las principales enemigas de los derechos de las mujeres, en todos esos países, son precisamente…las mismas mujeres.

         Así como en tiempos de la esclavitud, la gran masa de esclavos no era consciente de su situación, porque ya nacía y se educaba como esclavo y todo su entorno hacía que viera aquello como normal, con las mujeres en las sociedades a que me refiero pasa exactamente lo mismo. Que los principios y costumbres que les inculcan desde niñas, en la familia y en la escuela, están siempre orientados hacia la sumisión y la obediencia respecto al hombre y la presión social les hacer ver como bueno o aceptable lo que es injusto y a menudo una auténtica aberración social.

         Por eso hacen falta líderes, organizaciones y movimientos que remuevan la conciencia social y la puedan ir cambiando. Esto es difícil, pero no imposible y ya ha ocurrido en otras sociedades. El camino es la cultura, libre de influencias religiosas, porque en realidad todo el mal contra la mujer parte precisamente de ahí, de la concepción religiosa, teórica y práctica de que la hembra es un ser inferior al macho. Dicho así suena duro, pero es la pura realidad que está en la cabeza de millones de personas en el mundo, incluidas, por desgracia, a las propias mujeres.
         

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