Hay acontecimientos que cabe calificar
de monstruosos y que ponen el pelo erizado. Uno de ellos, ha ocurrido en la
India, en donde seis energúmenos violaron y asesinaron a una muchacha de 23
años, al tirarla en marcha del autobús donde viajaba.
El otro ha sido en nuestro civilizado
país en donde otro ser no menos despreciable ha dado muerte a un bebé de 18
meses como venganza contra su novia.
Los dos delitos son repulsivos, pero no
cabe equipararlos. Y ello porque la violación masiva y posterior asesinato
ocurrieron en un autobús, en donde se supone que iba más gente y que tenía un
conductor. La primera y terrible pregunta que surge es ¿qué hicieron los demás
ocupantes del autobús, que hizo el chófer, porqué no paró el autobús?. Parece
que nadie la defendió del brutal ataque.
En el segundo caso, se trata de un
hecho individual y aislado.
Hace muchos años que estuve en la India
y allí me contaba la guía, hablando de la situación de las mujeres, que eran
frecuentes las violaciones pero que casi nadie las denunciaba, porque en la
comisaría las volvían a violar y no les hacían mayor caso.
Naturalmente que esto ha cambiado para
bien y así vemos las violentas manifestaciones que han seguido al trágico
suceso.
Pero todo esto y lo que sucede día a día
en el mundo con las mujeres, desvela uno de los principales problemas de la
sociedad, como es el machismo cruel y repugnante que impregna las diversas
estructuras sociales que conviven en el planeta azul.
Pero esta evidente injusticia que
supone una actitud social contra los derechos y la igualdad de los seres
humanos, tiene grados, como ya digo. Desde la actitud más extrema de los
fanáticos talibanes, capaces de atentar contra una niña como la pakistaní
Malala por el mero hecho de que defienda que las mujeres pueden y deben de ir a
la escuela, hasta nuestro machismo patrio, que acaba de inaugurar la siniestra
estadística anual de los asesinatos de género hace pocos días.
Como en otros aspectos, el mundo
musulmán es el que se lleva la palma en el maltrato cruel a las mujeres. A la
prensa sólo llegan unos pocos casos, los más graves y más llamativos o los que
no quedan ocultos por el miedo, la ignorancia o la represión. Cabe citar tantos
que se podria escribir un libro bien extenso, con tantas historias terribles
que tienen que sufrir las mujeres en esas culturas atrasadas e imbuidas siempre
por la interpretación atávica y restrictiva de cualquier religión, normalmente
la islámica.
Desde las ablaciones del clítoris hasta
la ejecución a pedradas. Desde el “castigo” con ácido en la cara por parte de
un pretendiente despechado, hasta el asesinato en sus formas más despreciables,
para lavar “el honor de la familia”, existe toda una panoplia de salvajadas que
son cometidas todos los días en sociedades que, o bien protegen legalmente
estas prácticas o las aprueban socialmente.
Así pues, parece patente que el mundo,
sobre todo el musulmán, precisa de una verdadera revolución, pero no las que se
han hecho y se están llevando a cabo en países como los del norte de Africa. Ya
estamos viendo en qué desemboca el derrocamiento de los tiranos como Gadafi
o Mubarak. En que se instalen en el poder regímenes parecidos y que las leyes
no mejoren la situación, sino que vayan a peor, o sea en el sentido de adoptar
la sharia, como inspiración constitucional, como está ocurriendo en Egipto.
La revolución que precisan es la de la
mujer. De un extremo al otro del universo machista, hacen falta muchas Malalas
y activistas como la egipcias que se manifiestan desnudas (en Dinamarca claro),
reclamando la igualdad de derechos.
Desde la afganas, que deberían de usar
los burka para esconder metralletas y pagar a los talibanes con su misma
moneda, hasta las mujeres de la India, que tienen que soportar el dato brutal
de que en su pais se produzca una violación cada 20 minutos.
Solo ellas, con su enorme fuerza
numérica, pueden conseguir el avance social. Por supuesto que no es sólo una
cuestión de sexos y habemos muchos hombres que apoyamos a las mujeres en su
lucha contra la terrible desigualdad a que las someten muchas sociedades, pero
las principales protagonistas tiene que ser ellas. Sin embargo aquí viene el más grave
problema, como en toda transformación social. Y es que las principales enemigas
de los derechos de las mujeres, en todos esos países, son precisamente…las
mismas mujeres.
Así como en tiempos de la esclavitud,
la gran masa de esclavos no era consciente de su situación, porque ya nacía y
se educaba como esclavo y todo su entorno hacía que viera aquello como normal,
con las mujeres en las sociedades a que me refiero pasa exactamente lo mismo.
Que los principios y costumbres que les inculcan desde niñas, en la familia y
en la escuela, están siempre orientados hacia la sumisión y la obediencia
respecto al hombre y la presión social les hacer ver como bueno o aceptable lo
que es injusto y a menudo una auténtica aberración social.
Por eso hacen falta líderes,
organizaciones y movimientos que remuevan la conciencia social y la puedan ir
cambiando. Esto es difícil, pero no imposible y ya ha ocurrido en otras
sociedades. El camino es la cultura, libre de influencias religiosas, porque en
realidad todo el mal contra la mujer parte precisamente de ahí, de la
concepción religiosa, teórica y práctica de que la hembra es un ser inferior al
macho. Dicho así suena duro, pero es la pura realidad que está en la cabeza de
millones de personas en el mundo, incluidas, por desgracia, a las propias
mujeres.
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