lunes, 27 de diciembre de 2010

EL IMPUTADO JUEZ GARZON

También se las trae la palabreja, que suena mal de rayos. Era mucho mejor la de antes, procesado, que aun se mantiene, por supuesto, aunque solo para los sumarios. Precisamente al desaparecer el llamado auto de procesamiento, con el que se iniciaba la fase de acusación formal por delito contra una persona, se inventó el término imputado. Desde aquí reivindico el llamar a todo aquél que con razón o sin ella, se ve metido en los engranajes, lentos pero demoledores de la justicia española, simplemente acusado, pues ya bastante tiene el sujeto en cuestión con que, a pesar del principio democrático sagrado de la presunción de inocencia, lo machaquen el fiscal, la acusación particular y sobre todo y en muchas ocasiones, la prensa, para que encima parezca que le están mentando a su madre o algo parecido.

En fin, ridiculeces semánticas aparte, de las que esté país parece aquejado sin solución, toca hoy hablar otra vez más de nuestro Juez Garzón.

Lo he visto en su entrevista con Iñaqui Gabilondo. Confieso que he tenido una doble sensanción. Por una parte como abogado que se ha visto en más de una ocasión, defendiendo a un cliente ante la prepotencia de un Juez de lo Central, que a veces actúan como nuestros auténticos inquisidores del siglo XXI, arrasando con sus resoluciones la vida y la intimidad de personas que son legalmente inocentes del delito que se les puede imputar, cuando se llega a ese extremo, me he sentido reconfortado de que este Juez omnipotente, esté ahora sintiendo en sus propias carnes, lo que él mismo ha hecho pasar a más de uno, sin duda por su exceso de celo a la hora de tomar medidas en los numerosos procedimientos que ha incoado a lo largo de su trayectoria profesional.

Por otra parte, he sentido pena de una persona a la que yo considero íntegra y entregada a su labor de juez y ahora se ve maltratado por un tribunal superior, que le ha denegado prácticamente todas sus pruebas de la defensa y que, según él mismo ya parece reconocer, lo ha condenado por anticipado y por el delito que más le puede doler a un juez, es decir, el de dictar una resolución injusta a sabiendas, o sea, por prevaricación.

Por cierto, que este es un delito que debía de juzgar un tribunal popular, pues nuestros jueces, al contrario que en el sistema sajón, no provienen directamente del pueblo, ni lo representan en modo alguno, sino que son producto de un sistema arcaico de oposiciones en donde supuestamente se le da el cargo a los mejores.

Sentado esto, me gustaría recordar, si Udes. me lo permiten, mi artículo de fecha 9 de abril del 2010, en que hacía una comparación, evidentemente exagerada, pero no menos coincidente, dados los tiempos distintos y a ver si tenía o no razón en lo que decía entonces:


GARZON Y ROBESPIERRE


"Las cosas de la justicia son a menudo curiosas e incomprensibles para la gente no versada en el tema. Nos encontramos al Juez Garzón, al inefable y famoso juez, en vísperas de ser acusado del delito de prevaricación, es decir, de dictar una resolución injusta a sabiendas de que lo es. Se trata del asunto de la causa general contra el franquismo y la apertura de las fosas comunes. Lo más chocante de todo este asunto es que el magistrado del Supremo que lo ha empapelado es Luciano Varela, al que conocemos bien por estos pagos, buen juez, pero famoso por su rigidez y mala uva.

Inefable también el detalle de que la resolución de D. Luciano, que supone prácticamente la apertura de juicio oral contra su compañero, ha sido la consecuencia de querellas presentadas por organizaciones de la ultra derecha. Si a esto añadimos que Varela es de jueces para la democracia, asociación progresista y es de suponer que hasta aquí amigo o buen compañero de Garzón, tenemos un cóctel realmente explosivo.

Robespierre fue el líder supremo e incontestable de los llamados jacobinos durante los tiempos más duros de la Revolución francesa y dado que era la pureza y la virtud revolucionaria con peluca, se dedicó a mandar a la guillotina a los enemigos de la causa y también a muchos amigos, que a él se le antojaba no tenía el grado de pureza necesario para liderar a las masas en la “liberté, egalité, legalité, fraternité y otras tes”. Entre otros, cayó el también purista Dantón…

Visto lo visto y que el bueno de Robespierre llevaba camino de no dejar a nadie indemne, sus propios correligionarios, en un ejercicio legítimo de autodefensa, decidieron que o lo quitaban de en medio o los próximos iban a ser ellos. Y el jacobino russoniano acabó en las fauces de la cruel máquina de matar, es de suponer que con el aplauso del público que contemplaba el espectáculo y le daba igual de qué cuello se tratara, con tal de pasarlo bien con tan macabra diversión.

Pues bien, guardando las distancias y con el debido respeto para el Sr. Magistrado, Garzón ha sido nuestro particular Robespierre democrático. Su guillotina, los autos de procesamiento, las redadas, los comisos y secuestros de bienes de supuestos maleantes, las órdenes radicales en cualquier sentido dentro de las que contempla la ley y otras muchas que a nadie se le habían ocurrido antes que a él.

Es verdad que tiene en su haber actuaciones bien valiosas y valientes contra terroristas, narcos, mafiosos y otras gentuzas que pululan por nuestra piel de toro. También y esto ya es más discutible desde mi punto de vista, ha sido el adalid, el guerrero implacable y avanzado de la cruzada española contra el mal. De eso que se ha dado en llamar jurisdicción universal y que no es sino un voluntarismo quijotesco, que nos has costado a los españoles dinero y disgustos diplomáticos por doquier.

Pero no lo es menos tampoco, que, con todo el poder que el Estado le ha dado al Sr. Garzón y el que se ha tomado él mismo por su cuenta a base de alquimia procesal y voluntarismo judicial, este magistrado no está para dictar sentencias, sino para tramitar causas. Y aunque la instrucción de un sumario es la base del posterior juicio, no cabe olvidar que lo importante realmente en todo juicio sea penal o civil, es el resultado final, o sea, la sentencia. Y visto bajo ese prisma, los fiascos del magistrado Garzón han sido bien abundantes y notorios. Y todos hemos podido ver con estupor cómo los casos iniciados con actuaciones tipo “hombres de Harrilson”, con medidas espectaculares por lo radical y lo fulminante, se han desinflado a lo largo de la instrucción y se han quedado en poco o nada en el juicio y en la sentencia última. En muchos casos, ni siquiera han llegado a juicio.
Y aquí es donde está la similitud entre el caso del revolucionario jacobino y nuestro Robespierre democrático. El Sr. Garzón ha querido en algunos hacerlo él todo, como si le sobrara para arreglar el país, el resto de los poderes democráticos. El no necesita más Ley de enjuiciamiento Criminal, que la vetusta del siglo XIX con la que nos valemos los juristas españoles. Tampoco necesita de mucho auxilio del ejecutivo que, desde luego, ha tenido siempre de su mano, porque cuando pone en marcha una de sus sensacionales redadas, aparecen aviones, helicópteros y tanques si falta hiciera.

Hace tiempo, cuando Garzón comenzó aceptando la querella para investigar los crímenes de la dictadura franquista, yo ya escribí que eso le iba pasar una factura bien alta, porque en un tema tan importante y delicado como este, sólo hay un juez que puede tomar medidas e iniciar una causa general contra el régimen de Franco. Y ese es el pueblo español, es decir, el Parlamento, que es quien lo representa. Y las fuerzas de izquierda que han metido al juez Garzón en el callejón sin salida en que ahora se encuentra, no tienen representación popular suficiente para hacer lo que han hecho. Le han dado entre todos a la extrema derecha (y a los terroristas vascos también por cierto) una oportunidad de oro para librarse de un juez que les molestaba particularmente.

Y en cuanto a la actuación de Luciano Varela, decir que éste se ha limitado a aplicar la ley y es que ningún juez, sea Garzón o cualquier otro, puede iniciar la instrucción de una causa, sabiendo perfectamente que no es competente para ello y que, después de toda la polvareda que aquello iba a levantar, cosa que también sabía este hombre, acabaría declarándose incompetente y archivándola o espallando los muertos a cada Juzgado donde fueron asesinados.

Queridos amigos de la izquierda, en democracia y sobre todo en el mundo del derecho, el fin no justifica los medios e incluso, según sean estos, pueden llegar a escarallar una buena causa y conseguir que Robespierre acabe en la guillotina, que es lo que va a pasar."

En fin, “sic transit gloria mundi”. Que tengan Uds. unas felices pascuas.

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