domingo, 1 de mayo de 2011

EL ATENTADO DE MARRUECOS

Y los integristas islámicos atacan de nuevo. El terrible atentado de Marrakech, la bomba asesina que ha producido quince muertos y bastantes heridos, tiene el sello de los mismos que nos pusieron las del metro de Madrid. Todo apunta a los salafistas, terrible secta de musulmanes fanáticos, asentados sobre todo en el norte de Africa, en países como Argelia, Túnez o Marruecos.

Cuando las revoluciones populares están explotando en lugares como Túnez, Libia, Egipto o Siria, movimientos populares espontáneos que provienen no ya de del impulso de líderes religiosos, como ocurrió en su día en el Irán del Sha de Persia, sino de la inquietud y el descontento popular, facilitadas en cuanto a la unión de las masas por los medios de comunicación actuales, que están al alcance de todo el mundo y sobre todo de los más jóvenes, que son los que sienten sobre sus espaldas las enormes injusticias sociales que se dan en estos sitios, en donde une minoría oligárquica, atesora todo el poder político y económico. Mantener un estado de excepción durante decenas de años, como ocurre en Siria, por ejemplo, con las consecuencias de limitación de los más elementales derechos humanos que conlleva tal medida, no se concibe más que en sistemas políticos puramente dictatoriales y aun tiránicos. En casi todos los casos, la religión juega además con el poder como poderoso elemento de sumisión del pueblo llano, sobre todo cuando ambos se alian en la persona física del dirigente, que une a su poder temporal el que emana de la divinidad a quien dice representar.

Así las cosas, se podría aducir que los levantamientos populares contra el poder establecido no van a llevar a una salida democrática, pues ninguna tradición existe al respecto e incluso faltan líderes carismáticos que puedan encauzar las fuerzas rebeldes para crear un estado nuevo. O en otras palabras, que todo va a cambiar para que nada cambie. Yo personalmente creo y confio en que esta vez no sea así. Pienso que ahora los levantamientos populares han sido expontáneos y producto del cansancio de la gente sometida a estos regímenes tiránicos, que lleva a los súbditos-ciudadanos a enfrentarse a los tanques y armas de fuego de guerra con las manos desnudas. Y esto tiene que producir su efecto, tanto a nivel internacional, siendo obligación de la ONU el adoptar medidas para proteger a gentes indefensas que sólo están reclamando los más elementales derechos fundamentales, así como otras encaminadas a obligar a los dirigentes de tales estados a permitir la evolución política que el pueblo reclama hasta con sangre.

No podemos olvidar que nuestras democracias actuales, con su principio de separación de poderes, enunciado en su dia por Montesquieu, nacieron prácticamente en el siglo dieciocho con la Revolución francesa de 1789, la cual, como es sabido, hizo correr ríos de sangre. Tampoco entonces los franceses tenían noción alguna de lo que era la soberanía popular ni de las consecuencias que se iban a derivar de aquellos trágicos acontecimientos. Sin querer comparar por supuesto los movimientos de rebelión de estos pueblos árabes contra sus actuales dirigentes, no sería justo que les negáramos la posibilidad de evolución política que se atisba en todos ellos, ni nuestro decidido apoyo para que regímenes totalmente ultrapasados por sus respectivas realidades sociales, puedan mejorar su situación y evolucionar hacia sistemas democráticos más justos y avanzados, para lo cual hace falta bien poco, teniendo en cuenta del bajo nivel del que parten en tal aspecto.

Pero en medio de todos estos terremotos sociales que están sacudiendo a los países aludidos, existen los fanáticos religiosos que van a tratar de sacar beneficios para sus odiosas y demenciales causas. Aquí nos encontramos con hechos luctuosos como el atentado de Marruecos que debe de ser condenado sin ambajes a todos los niveles y sobre todo por el mismo pueblo de Marruecos, que debería también de estar interesado profundamente en que su país mejore políticamente, pero no a base de bombazos, sino por el camino de la lucha cívica que, a la larga, es el único válido para transformar y mejorar una sociedad.

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