En toda esta historia de la “independencia de Cataluña”, hay muchas
cosas que decir. La primera, que en la situación económica y social que se
encuentra España, también Cataluña, que como está claro no forma parte de
Marruecos, lo menos oportuno es montar cipostios de cualquier clase. Eso no
beneficia a nadie, ni por supuesto a los mismos catalanes.
Artur Mas acaba de
decir que los catalanes no están locos. Pues claro que no. El problema de los
nacionalistas españoles, nuestros particulares y muchas veces ridículos
nacionalistas, es que hablan siempre y se llena la boca en nombre de “su país”,
cuando la realidad es que, lo único que representan verdadera y legalmente, son
a la gente que les ha votado. Así es como funciona la democracia. Lo de la
calle está muy bien y hay verdaderos especialistas en el follón callejero, que
se dedican a lo que se dedican, o sea, a tratar de sustituir la voluntad de las
urnas, por la de los carteles y las consignas gritadas a coro. Olvidando que el
derecho de manifestación es un derecho fundamental y eso nadie lo niega, pero
las que mandan en democracia, son las urnas.
Jordi Pujol, hombre
bien sensato él y de reconocidas convicciones democráticas, acaba de decir que
la independencia de Cataluña no es posible. Pues claro. Les cuento que una vez
me encontré en Canadá, concretamente en las Cataratas del Niágara, a uno de
estos personajes que presumen de no ser españoles. Yo estaba solo y me dirigí
hacia la persona que estaba a mi lado, para pedirle que me hiciera una foto. Yo
no sabia si era español o ruso, pero al contestarme en el idioma de Cervantes,
pues lo primero que siente uno es alegría de encontrarse con un paisano en
tierras lejanas. Le pregunté si era español (es que somos 450 millones que lo
hablamos, incluyendo a los catalanes) y me contestó airado “soy de Barcelona”
En seguida pensé para mí “con la Iglesia hemos topado” y le conteste con sorna
gallega, que yo era de Zaragoza.
O sea, el tipo no era
español, era de Barcelona, manda carallo, era como para preguntarle qué ponía
en su pasaporte.
Bueno esta confusión
entre sentirse como… y ser en realidad de…. Es muy común en nuestros
particulares nacionalistas. O sea, que en realidad todo se reduce a un mero
sentimiento bastante visceral. Y poco realista. Y bastante insolidario. Es el
sentimiento de la tribu. Como cuando los de Coruña se pelean en el fútbol con
los de Vigo. Y los de Gijón con los de Oviedo. Los de Villaconejos de Arriba,
con los de Villaconejos de Abajo. Y así cabria seguir enumerando las miserias
humanas que se reflejan en estas actitudes de tribu prerománica.
No le pidas a un
nacionalista que razone en temas de nacionalismo. No le pidas a un forofo del
fútbol que razone en materia deportiva. No le pidas, a cualquier fanático
religioso, llámese católico, musulmán, budista o sintoísta, que razone siquiera
en tales materias.
Le mente de ser humano
es bien curiosa. Ayer veíamos en la televisión una manifestación en Paquistán,
creo, de abogados, nada menos, protestando por los vídeos, ya tristemente
famosos, que han salido en youtube y que han desatado una ola de violencia por
todo el mundo islámico.
Y uno de se pregunta,
porque preguntarse a uno mismo es bueno y saludable y siempre hay contestación,
¿cómo es posible que gente culta, abogados, profesores, ingenieros, puedan tener
una parte de su cerebro, aislada, aparte, que no razona y solo se rige por
principios e ideas inculcadas casi siempre en la niñez, por las cuales llega a
estar dispuesta a matar o morir?
Pues lo es, y esto lo
único que demuestra a mi modo de entender es la fragilidad del pensamiento del
ser humano, al que se le puede domesticar desde niño en cualquier idea, por más
absurda que sea desde un punto de vista estrictamente racional.
Dicho de otro modo, si
tenemos en unas cunas a cuatro niños recién nacidos, uno de un país europeo
democrático, pongamos Suecia. Otro de un país africano, pongamos Etiopía, otro
de un país asiático, pongamos China y otro de un país americano, pongamos
Brasil.
Imaginemos que ninguno
de ellos, por las circunstancias que sean, tiene padre ni madre conocidos.
Imaginemos que se acuerda realizar un experimento social. Y al sueco, lo
mandamos a China y al Etíope lo mandamos a Suecia, al chino a Brasil y al
Brasileiro a Etiopía. A buenas familias, eso si. Con medios económicos, que no se
trata castigar a las criaturas con las miseria.
Bueno, ¿cuál sería el
resultado, cuando tuvieran 18 años, educados en cada uno de los países?, pues
muy sencillo, el sueco hablaría chino y sería ateo. Sería un hombre trabajador
hasta la extenuación. Probablemente sería un hombre hormiga.
El etiópe de nacimiento
al que remitimos a Suecia, sería respetuoso con las leyes y muy sensato.
El chino en Brasil, lo
tendría más fácil, porque allí hay muchos y se podría integrar en su cultura.
Pero nunca sería un chino de la China, sin un chino brasileiro, que es otra
cosa.
Por último, el
brasileiro en Etiopía, sería el peor de los supuestos. Sería musulmán y viviría
en un país en donde la mejor opción es salir corriendo.
Y Udes. dirán, pero
¿qué tiene que ver todo esto con Cataluña? Pues bastante. El sentimiento
catalanista, soberanista, independentista o como le queramos llamar, de las
juventudes catalanas, no ha nacido por generación espontánea, no ha salido de
la nada. Es el resultado de un adoctrinamiento bien calculado y regulado desde
las instancias políticas nacionalistas, que se ha fortalecido con la democracia
española de la transición. Claro que en la república hubo movimientos
nacionalistas tanto en Cataluña, como en las Vascongadas o en Galicia, pero
para nada tenían la fuerza ni la virulencia que se ha ido desarrollando al
amparo de la España de las autonomías.
Pero la realidad es que
el tema de la tan manida independencia de Cataluña no es sólo de los catalanes.
Pues claro que no, es cosa de todos los españoles. Y esto es lo que tienen que
entender (y algunos catalanes ya lo entiende bien como Jordi Pujol), porque si
no, van listos y los políticos que se dediquen a echar leña al fuego este del
independentismo, pues hasta puede ser que se quemen con él.
Aquí, en España, hay
una Constitución, que nos atañe a todos y que todos tenemos que cumplir. Y para
cambiarla, hay procedimientos legales que seguir. Pero de momento no se atisban
para que Cataluña pueda ser un estado pequeñito, porque además, en materia de estados,
lo pequeñito ya no se lleva.
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