Pone los pelos de punta, o sea, se nos erizan todos, el contemplar cómo todo
un ministro de un gobierno de un país como Pakistán, con más de 180 millones de
habitantes y en posesión de la bomba atómica, puede cometer burrada tal como
ofrecer nada menos que 100.000 dólares de recompensa a quien asesine al
supuesto autor del vídeo sobre Mahoma, que ha desatado las iras de multitudes
de musulmanes radicales y ha provocado decenas de muertos, entre otras, la del
embajador de Estados Unidos en Libia. Curioso destacar que el tal funcionario
era un claro simpatizante de la revolución que echó del poder a Gadafi. También
es sabido que esta guerra contra el lunático dictador, la ganó el pueblo
gracias precisamente a la ayuda que el imperio yanqui prestó a las fuerzas
europeas que intervinieron directamente en el conflicto. Norteamérica no se
quiso involucrar frontalmente en las operaciones militares, pero su apoyo logístico
fue determinante. Pues bien, la historia acaba con una embajada asaltada,
quemada y varios funcionarios de EEUU muertos.
Las masas de fanáticos
energúmenos protestan, berrean, queman y están dispuestas a linchar a quien se
les ponga por delante, con el razonamiento que tienen las turbas humanas. O
sea, ninguno. A señalar que la inmensa mayoría de estos individuos totalmente
irracionales, ni siquiera han visto el famoso vídeo, origen de la protesta,
pero maldita la falta que les hace. A ellos les basta con el boca a boca y con
los discursos encendidos de los muftí, los mulá o los ayatolá para salir a la
calle a quemar cosas y matar gente.
Pero volvamos al
inefable ministro de los ferrocarriles de Pakistán. El tipo está dispuesto a
soltar tan cuantiosa recompensa a quien mate al cristiano copto, supuesto autor
de la película blasfema y al que las autoridades norteamericanas ya han
condenado a muerte, indentificándolo sea o no sea el responsable, que eso está
por ver.
Y el gobierno
pakistaní, en lugar de obligar a este ejemplar de su corte a dimitir de forma
instantánea o cesarlo y a que pida disculpas o se retracte, lo único que dice
es que no comparte la idea. O sea, que no está mal lo que hace su colega, pero
que ellos no van a soltar ni un dólar para que se lleve a cabo la faena contra
el copto. Pues qué bien. Habría que decir que, dado el follón que se ha montado
(o lo han montado, que esa es otra posibilidad bastante posible), no hace falta
que este energúmeno de ministro ofrezca dinero alguno para que alguien se anime
a llevar a cabo la ejecución. Seguro que sobran voluntarios gratuitos. Dios nos
pille confesados con esta gente.
Parece que, al final,
la única solución será la peor, la que defienden los americanos desde el
atentado de las torres gemelas. Es decir, la guerra, en la que ellos están, sin
ambajes, contra el terrorismo integrista islámico.
Y esta es una guerra
bien jodida, porque los unos ponen su tecnología y los otros, cientos de miles
de fanáticos dispuestos a matar o morir. Así, mientras los moros siguen con sus
kalasnikof, los chicos de West Point ya matan todos los días talibanes (o a
quien le toque), desde aviones teledirigidos y tienen por ejemplo muy avanzados
sus soldados robots, capaces de correr a cuarenta kilómetros por hora sobre
cuatro patas y prácticamente indestructibles (la meta próxima es que se
desplacen a 100 k/hora) . Imagínense una escena que parece de ciencia ficción,
pero que cada vez está más cerca. Imagínense una manifestación de estas de
quemar, destruir y linchar y una tropa de máquinas de guerra, que pueden
neutralizar a todo el mundo, desde la muerte del enemigo hasta una descarga
eléctrica o un laser paralizante, pongamos por caso.
Claro que esta no es una situación
deseable, pero mucho me temo que no vamos a poder elegir. O la masas musulmanas
y sobre todos sus dirigentes, que son los que suelen prender la mecha, se reconvierten
y se empiezan a enterar de qué cosa es la libertad de expresión y otros
derechos fundamentales del ser humano, o les van a cascar duro, bien duro. Y no
van a ser directamente los soldados, sino un técnico informático delante de un
ordenador y sentado cómodamente a miles de kilómetros, que se irá a su casa
cuando termine el horarios de trabajo, con la conciencia tranquila, pensando
que está sirviendo a su patria, manejando cualquier máquina de guerra, por
tierra, mar o aire. Ya verán, ya…
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