domingo, 16 de septiembre de 2012

EL ORDAGO DE LA DIADA

Resulta curioso ver a tanta gente, cientos de miles de personas, diciendo y pidiendo tantas tonterías a la vez. Naturalmente que muchos, supongo que la gran mayoría, incluso todos los que lucían el cartelito de “Cataluña estado europeo” saben que eso es imposible y además no puede ser, como diría el castizo. Entre otras cosas, porque en la Unión Europea no se entra sólo por desearlo o por pedirlo, sino siguiendo un procedimiento legal, que incluye la aprobación por unanimidad de todos los países miembros, incluida España, por supuesto. Por otra parte, en Cataluña pueden organizar todas las consultas populares que quieran, sobre la independencia o sobre el sexo de los ángeles y todos serán ilegales y pírricos. Y pueden aprobar las leyes que les parezcan en tal sentido, que tampoco servirán para nada, fuera de dar una opinión o manifestar una idea, cosa a la que, por supuesto, todos tenemos derecho. Y esto por razones muy sencillas. Con arreglo a la Constitución española de 1.978 (artículo 1, 2), la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. Esto quiere decir que, en el hipotético caso de que se pudiera plantear un referéndum sobre la independencia de Cataluña o de cualquier otro territorio español, tendrían que emitir su voto todos los españoles, o sea, también los catalanes. Así mismo conviene recordar lo que dice el artículo 2 de nuestra Carta Magna: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Así pues, está claro que, para lograr por métodos legales, únicos aplicables y admisibles en un estado de derecho como el nuestro, una posible independencia de las provincias de la barretina, haría falta modificar la Constitución ¡y de qué manera!. O sea, más bien haría falta cargársela y no creo que la gran mayoría del pueblo español, incluidos la mayoría de los catalanes, que son gente muy sensata, quiera hacer o intentar siquiera tal cosa. Como en el caso vasco y en el gallego, hay que decir que, nunca, en la historia de estas tres regiones, han tenido mayor capacidad de autogobierno ni se ha respetado más su lengua y su derecho propio. Lo curioso es que estos beneficios identitarios, que provienen precisamente del proceso constitucional español de la transición, en lugar de contentar a los nacionalistas, han producido un efecto contrario, sobre todo en las nuevas generaciones educadas en la inmersión de la lengua y en el victimismo antiespañolista. En lugar de fomentar la idea de que la unión hace la fuerza y la desunión la debilidad (lo que estamos viendo claramente a nivel europeo), en lugar de inculcar a los jóvenes principios de solidaridad, la autoridades catalanas se han dedicado a todo lo contrario y estos son los frutos. Produce tristeza que haya tanta gente que piensa que Cataluña es tratada injustamente por parte del estado español. Pero es que, además, es totalmente falso. En el aspecto económico, los principales clientes de las producciones catalanas, sean las que sean, son, precisamente, el resto de los conciudadanos españoles. En el aspecto identitario, con la lengua o las banderas, la tolerancia del estado español, por incumplimientos flagrantes de las leyes, como la ley de banderas, por ejemplo, es mucho mayor que en otros casos como el vasco. Y eso por no hablar de la frontera de España con Francia, por la Junquera. Al estado español, si de verdad quisiera perjudicar a Cataluña le habría bastado con terminar la autovía de Zaragoza a Francia por el túnel de Canfranc, con lo que se deviaría gran parte del flujo comercial por el centro de la península, cosa bastante normal, por otra parte. Si alguien tuviera que protestar por esa injusticia sería la gente de Aragón. Un estado catalán independiente, no sólo de España, claro, sino de la Unión Europea, se vería aislado y débil por tanto. Se quedaría sin moneda y no podría prescindir ni siquiera del idioma castellano que, por cierto, es el que hablan en realidad y de forma habitual la gran mayoría de los habitantes de Cataluña. Naturalmente que en el fondo de toda esta absurda algarabía popular, los que mandan y dirigen a la masa no piensan en serio en ninguna clase de independencia, sino en ir a Madríd, usando la manifestación del día 11 de septiembre como arma a blandir pidiendo el famoso “pacto fiscal”, o sea, más dinero, que es en realidad lo que les interesa y de lo que tienen merecida fama los catalanes.

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