Santiago Carrillo, el incombustible, el fumador empedernido que ha
acabado demostrando que “fumar no mata”, por lo menos a él, que casi ha
consumido un siglo de existencia, se ha marchado, como nos tocará a todos, más
tarde o más temprano.
Animal político donde
los hubiera, su larga historia abarca prácticamente todo el siglo XX. Carrillo
interviene desde adolescente en todos los episodios de la convulsa historia
política de este país. Desde la revolución de Asturias de 1.934, por la que
acaba en la cárcel, hasta la República, en la que ostenta cargos importantes.
Luego viene el exilio y luego la parte más importante de toda su historia, o
sea, la transición.
Nadie pone en duda que,
en el paso de la dictadura de Franco a la democracia de la Constitución de
1.978, en la que vivimos hoy afortunadamente, hay dos personajes fundamentales,
a saber, Suarez y Carrillo. El primero porque, partiendo de las entrañas mismas
del régimen franquista, como secretario general del Movimiento, diseña y sobre
todo negocia el tránsito con la mayor habilidad que le caracterizaba. El segundo
porque, en la parte contraria, en la verdadera y única oposición a Franco
(Partido Comunista y su correa de transmisión, Comisiones Obreras), entra en el
juego y tiene la enorme visión de estado de comprender que las cosas cambian y
hay que abandonar el estalinismo y el paraguas de la Rusia soviética, para
comprometerse con la realidad concreta de la nueva España, bien diferente ya,
por muchos motivos, a la de 1.936.
Así, Suarez y Carrillo,
Carrillo y Suarez, son los dos verdaderos pilares políticos de la transición
democrática española del posfranquismo. El PSOE ni existe y hay que inventarlo,
carente de cuadros ni de estructura comparable con la de la izquierda comunista
de Carrillo. En aquél momento, la derecha sigue siendo, simplemente,
franquista, los nacionalistas que ahora tanto gritan, andaban escondidos y los monárquicos,
ni se ven. En las cárceles solo hay políticos comunistas, fuera de algunos de
la ETA.
La personalidad de
Carillo, como la de Suarez, queda reflejada de forma dramática cuando los
guardias disparan al techo en el Congreso, el aciago día del golpe de estado de
Tejero. Todos los diputados se tiran al suelo, menos Suarez, Gutierrez Mellado…y
Carrillo. Con la agravante de que el dirigente comunista está sentado muy
arriba en las gradas y tiene más posibilidades de que le alcance un tiro,
además de que él sabe que, con toda seguridad, puede ser la primera víctima de los
levantados en armas. Además, el origen del golpe viene precisamente del
reconocimiento de la legalidad del Partido Comunista.
Todo un icono, una imagen
de dignidad y de valor personal, para mí representativa de que los dos pilares,
las dos personas verdaderamente importantes en la transición democrática
española eran, precisamente, los que aguantaron a pie firme sin plegarse a las
balas y a la violencia fascista de quienes estaban mancillando nada menos que
lo más sagrado que tiene una nación, es decir, la soberanía popular, representada
en el hemiciclo legislativo.
La inteligencia
política de Santiago Carrillo le llevó a evolucionar en sus ideas, moderándolas
notablemente, primero en relación al comunismo estalinista, luego a su propio
partido, que llegó a expulsarlo y luego a nivel personal.
Creo sinceramente que España, todos
los españoles, tenemos mucho que agradecer a D. SANTIAGO, como le llamaban
cariñosamente los periodistas. Descanse en paz.
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