lunes, 24 de mayo de 2010

CUANDO LAS MURALLAS NOS PROTEGIAN.-

El mundo está lleno de murallas. Desde las más famosas, como la de China, las de Lugo o las de Avila (¡Qué cosa más fotogénica, sobre todo de noche y a distancia, estas murallas!). En realidad todas las ciudades importantes han estado protegidas por estas construcciones en una u otra época de la historia. Leonardo da Vinci, uno de los hombres más geniales de la historia de la humanidad, tenía entre sus especialidades, la construcción de fortificaciones defensivas militares, o sea de murallas.


La muralla servía para protegerse del enemigo de fuera, pero a menudo era el recinto en donde los defensores morían padeciendo lentamente el sitio que los atacantes les imponían, para rendirlos por sed, hambre, enfermedad y desesperación.


Hoy las murallas sólo son recuerdos del pasado, que recorren los turistas, no sin esfuerzo, asombrándose del enorme trabajo que nuestros ancestros pasaron para construirlas. En la construcción de la muralla China, por ejemplo, se dice que murieron más de diez millones de personas para edificarlas.


Ahora tenemos nuestras propias murallas, pero estas son intangibles, invisibles, aunque no menos eficaces que aquellas medievales de que estábamos hablando. Nuestras murallas se llaman egoismo, insolidaridad, incivismo y están construidas como defensas eficaces para aislarnos de los demás, de los que suponemos nos vienes a atacar.


Las antiguas murallas de piedra tenían la ventaja de que unian hasta la muerte a los que se refugiaban dentro de ellas, entre otras muchas cosas, porque la causa de la superviviencia era común y la unión hacía la fuerza. Y todo el mundo entendía el principio.


Nuestras murallas no tienen esa condición. Antes al contrario, sirven al individualismo, al aislamiento personal, a la falta de eficacia social.


Definitivamente, creo que eran mejores aquellas murallas de piedra, que hoy disfrutamos como monumentos peripatéticos.

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