miércoles, 2 de febrero de 2011

LA CAIDA DE LOS SATRAPAS

El mundo árabe del norte de Africa, anda revuelto. El pueblo, en su más genuina acepción, se ha levantado con la evidente intención de echar abajo sistemas políticos ultrapasados, corruptos e injustos.

Empezó Túnez y ahora sigue Egipto, el gran país de milenaria cultura. Las revueltas prometen alcanzar a más países, incluso a Arabia Saudí. La gente se ha levantado contra el poder establecido de forma espontánea, sin nadie que les dirija ni organice. El dictador de turno sólo tiene dos opciones: o marcharse, como rugen las masas en la calle, o empezar a tiro limpio contra la multitud. Como siempre, en toda dictadura, la clave está en la fuerza real, es decir, en el ejército. Pero los mandos castrenses de esto países, aunque puedan ser muy amigos e incluso cómplices de la oligarquía que manda, ya le han visto las orejas al lobo y saben que ponerse de frente contra una revolución popular de estas características, suele dar mal resultado. No lo van a hacer por consideraciones de tipo democrático o humanitario, porque eso no saben ni lo que es, pero sí por salvar el propio pellejo, tanto político, como físico. Es decir, a estas alturas, no van a obedecer órdenes de reprimir a la masa, que seguramente tiene dadas alguno de estos personajes como Mubarak, con tal de mantenerse en el poder.

Así como para el dictador, solo existen las dos opciones apuntadas, porque pretender hacerse pasar por demócrata a estas alturas ya no cuela, para el militar, que es el que tiene el poder fáctico en estos momentos, sólo queda una opción real, descartada la de andar a tiros con el personal. Y esta no es otra que subirse al carro del vencedor, o sea, el pueblo, que a la fin y a la postre es el que tiene legitimidad para mandar, porque ostenta el marchamo sagrado de la soberanía popular.

Entre las masas que salen a la calle en cualquiera de estos países para reclamar libertad y derechos cívicos, además de que les den de comer, destacan sobre todo las nuevas generaciones, que le han perdido el miedo al sistema y que está compuestas por millones de jóvenes que viven en el umbral de la pobreza, pero que, sin embargo, tienen fácil acceso a los medios de comunicación actuales, sobre todo a internet.

Una de la circunstancias que llama la atención es que estos poderosos movimientos sociales, además de haber nacido del puro descontento popular y sin una organización o líder político que los haya encauzado y dirigido, es que no tienen carácter religioso, como ocurrió con la revolución de Jomeini en Irán. Los chavales todavía van a la mezquita y rezan, pero ya no se dejan llevar por los integrismos fanáticos, que no obstante tratan de pescar en río revuelto, como pasa con los Hermanos Musulmanes o los salafistas, aunque con mucha prudencia, porque se dan cuenta de que ahora ellos no son los protagonistas.

La gente de a pie del múndo árabe del Norte de Africa, parece que se ha cansado de sus sátrapas particulares, que se han dedicado a gobernar, en muchos casos con la complicidad de EEUU y de países europeos como Francia, predicando lo que no cumplen, practicando el más duro nepotismo, incumpliendo y falseando las normas de procesos electorales, que son puras farsas, y atesorando fortunas, que se refugian en sitios seguros, como los bancos suizos.

Bienvenidas sean estas revoluciones, si valen para que el mundo árabe empiece a salir de la edad media en la que vive. Todos saldremos ganando con esta catarsis, que puede y debe de purificar un mundo podrido, lleno de injusticias y de pobreza. Y sería bueno que los pocos que se han enriquecido a costa de la sangre, sudor y lágrimas del pueblo paguen por sus crímenes. Para que otros muchos que todavía existen, vayan tomando nota…

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