domingo, 13 de febrero de 2011

Y LA MOMIA CAYÓ

Y pasó los que era previsible que pasara. Que la enorme presión de la revuelta propular acabó echando del sillón presidencial a Mubarak. Pero fíjense que digo revuelta, no revolución. Son dos cosas bien distintas y bien contrastadas sobre todo a la vista de las ocurridas en el siglo XX. La diferencia entre una revuelta y una revolución es bien sabida. La primera se suele originar de forma expontánea, sin cabecillas, sin organización, sin una filosofía concreta que la dirija teóricamente. Se trata de una protesta contra actos concretos del poder dominante y suele perseguir únicamente acabar con una o varias de las personas determinadas que mandan en la sociedad.La segunda tiene siempre una base, unas ideas, que vienen de una o varias cabezas pensantes, anteriores en sus formulaciones teóricas al proceso revolucionario.

La revuelta suele agotarse en sí misma, como se calma una tempestad, una vez se han conseguido los objetivos perseguidos, que siempre son a muy corto plazo y suelen consistir, como es el caso de Egipto estos días, en que se marche un personaje en particular, en el cual se encuadran ingenuamente todos los males del régimen que preside.

La revolución es algo mucho más complejo y más largo de miras. Persigue acabar con el mismo régimen, no sólo con su cabeza visible. Pretende implantar nuevos postulados sociales, es decir, otras reglas del juego, lo que se traduce en que tiene que afectar de forma traumática a todo el tejido social.

Ejemplos de revueltas. En España, el motín de Esquilache, valido del Rey, contra el que se levantaron las masas en Madrid, porque prohibió el embozo de la capa, alegando motivos de seguridad, pues la gente escondía las armas en su interior.

Ejemplos de revolución, por supuesto, las dos más importantes de la historia de la humanidad, es decir, la francesa de 1.789 y la soviética de 1.917.

En el caso del Egipto de hoy, estamos por supuesto, ante una revuelta popular descomunal, lo que es normal teniendo en cuenta la demografía de este país y sobre todo de la capital, El Cairo, donde se hacinan unos 20 millones de personas, o sea practicamente el doble de la población de muchos países sudamericanos, por poner un ejemplo.

Hasta que punto esta revuelta, a pesar de su fuerza numérica, se podrá considerar una revolución, está por ver. Toda revolución tiene una característica que la define de forma ineludible. Se pretende cambiar el régimen por otro distinto, en este caso, se supone que por uno democrático y eso supone que tiene que empezar la purga. En realidad, no existe ninguna revolución sin lo que podríamos llamar para entendernos, ajuste de cuentas. Solamente si el nuevo régimen depura en mayor o menor medida las responsabilidades de toda clase del anterior, cabe que estemos hablando de un proceso revolucionario. En la Revolución de Robespierre y Dantón, la cosa era bien primaria. El individuo tenía que enseñar las manos a los “sen cullotte” y si las tenías limpias de callos, tenía muchos números para acabar con su cuello bajo el invento del sr. Guillot.

Y lo único que está claro en este sentido del asunto de Egipto, es que no hay nada claro. De momento se ha ido la momia y están quitando sus retratos oficiales de todas partes. Pero el país es un verdadero Valle de los Reyes, lleno de momias de distintas categorías y texturas, que no se han ido y que constituyen el verdadero entramado del régimen del dictador caído. Y entre ellas están, como no, los militares que, por el momento, están desarrollando un papel que no les corresponde en este peculiar proceso popular.

Cual es el camino a seguir ahora? Teniendo en cuenta que no existen líderes carismáticos que puedan encauzar el enorme crédito político conseguido por las masas, en poco tiempo además, lo lógico sería que el país se encaminase hacia un proceso constituyente, que culmine en unas elecciones libres y limpias y en una verdadera renovación democrática. Va a ser bien difícil, pero no es imposible. En todo caso, librarse de Mubarak ya ha sido un paso importante, por todo lo que representaba del antiguo régimen. Pero es inevitable que caigan otras cabezas probablemente tan responsables o quizás más de la situación a la que ha llegado el antiguo pueblo egipcio. Mi deseo es que la revuelta se convierta en una revolución del siglo XXI, en la que, en lugar de la guillotina, trabajen las leyes y la justicia y que se depuren las responsabilidades hasta donde sea posible, para que Egipto pase a ser lo que se merece, como una de la culturas más antiguas de la humanidad. Es decir, un estado democrático moderno. Veremos que pasa.

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