viernes, 21 de agosto de 2009

LA LEY DE LIBERTAD RELIGIOSA

Se está cociendo en España, una de las Leyes más importantes, como es la de Libertad Religiosa.

La frase de Marx, “la religión es el opio del pueblo” continua siendo vigente en muchos paises del mundo. Millones de seres continuan sujetos, lo quieran o no, a normas religiosas a veces totalmente absurdas, interpretadas por personajes siniestros, que dicen hablar en nombre de Dios cuando la realidad es que, vista su forma de actuar en la tierra, no es nada probable que su Dios quisiera hablar con ellos.

En base a la religión, se limitan los derechos más elementales de los seres humanos, particularmente de la mujeres. En nombre de la divinidad se sigue matando, poniendo bombas y cometiendo las atrocidades más feroces como todos sabemos sólo con ver las noticias.

La última gracia, valga como ejemplo, es la Ley aprobada en el democrático estado de Afganistán, según la cual, si la mujer se niega a tener relaciones sexuales con el marido, éste la puede matar de hambre. Según parece, esta norma se puede aplicar y se aplica en otros países islámicos.

Es cierto que no todas las religiones son iguales, porque unas han evolucionado y se han adaptado más o menos a los tiempos actuales y otras continúan en la edad media. Pero el germen sigue siendo el mismo. Todas son antidemocráticas, irracionales y maquinarias de poder en mayor o menor grado. Y les invito a que mencionen alguna que no encaje en esta sintética descripción.

Ninguna religión se basa en la razón, porque dejaría de existir en tiempo breve. Todas se fundamentan en el dogma, en el tabú, en lo incuestionable, en lo no discutible y en la inspiración divina, que todas invocan, pero que ninguna puede demostrar como es evidente.

Partiendo de esta breve descripción, es evidente que la democracia moderna y las religiones, (cualquier religión), tengan pocos puntos en común fuera del necesario respeto de los demócratas hacia la espiritualidad privada de sus conciudadanos creyentes.

El verdadero problema está en la separación de la Iglesia y el Estado. Es evidente para cualquier demócrata, que la única solución seria en este asunto es el Estado verdaderamente laico. Es decir, el que separe totalmente las actividades públicas de cualquier religión. El laicismo no está contra la religión, sino por la separación real de los dos ámbitos, por la eliminación de cualquier clase de discriminación o privilegio por motivos religiosos. Naturalmente, esto es más fácil decirlo que hacerlo, pues hay religiones, como la católica en el caso de España, que están firmemente imbricadas en la sociedad y va a resultar muy difícil avanzar en el camino de la separación real del Estado y la Iglesia.

No obstante ser difícil el camino, la nueva Ley tiene que comenzar a andar en sentido de eliminar en la medida de lo posible, las numerosas ingerencias de la religión católica en la vida pública española. Cuestiones a resolver hay muchas, empezando por la retirada de los símbolos religiosos de las actividades y edificios públicos y siguiendo por la eliminación de instituciones caducas y que además cuestan mucho dinero a los contribuyentes como es la iglesia castrense. Y muchas otras cuestiones que dependen de un Concordato firmado en su día en época franquista con distintas modificaciones que se remontan al año 1.979.

En realidad, el modelo de laicidad a seguir sería el francés, que simplemente los prohibió desde el año 1.905. Igual que copiamos en materia de tráfico, y nos va bien, podemos hacer lo mismo en materia religiosa. Aunque el Vaticano soltaría más chispas que el volcán Etna en erupción.

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