martes, 29 de septiembre de 2009

EL PERRITO

El abogado estaba realmente encantado con el caso. En su larga experiencia como letrado, nunca se había encontrado con un divorcio como aquél. Se trataba de una pareja bien entrada en años y de un matrimonio que sobrepasaba los cuarenta. De patrimonio cuantioso, cuando le entró el caso en su despacho, el profesional auguró enseguida una partición de bienes difícil y suculenta en lo económico, porque aquellos clientes que decían querer partir amigablemente, seguro que acabarían peleando, porque parecía más que improbable que consiguieran conciliar sus intereses económicos así, por las buenas. Bueno, pues, no, todo fueron facilidades, buen razonamiento, quedaremos como amigos... No te preocupes por el chalet de Alicante, te lo puedes quedar. Bueno y tú el piso de Madrid y el Jaguar…El abogado no salía de asombro. Alli delante de sus narices, la pareja se estaba dividiendo el caudal sin que él tuviera que intervenir más que para contestar alguna pregunta de obvia respuesta.

Qué maravilla de personas, pensaba para sí el abogado, así deberían de ser todas las rupturas matrimoniales, gente culta, educada, que comprende que es mucho mejor solucionar las cosas sin peleas ni pleitos. Aunque nos iba a faltar el trabajo, reflexionaba... Mientras, los dos futuros excónyuges seguían dividiendo todo sin problema alguno, teniendo en cuenta incluso las necesidades personales de cada uno, los gustos, sus familias respectivas.

Todo iba sobre ruedas, como digo, hasta que llegaron a lo del perrito. Se llamaba “chuchú” y el mismo nombre ridículo del chucho ya anunciaba la tragedia. Para más inri, era un pequinés feo y viejo, que la acaudalada señora sostenía en sus brazos como si de un bebé recién nacido se tratara. Ya al entrar en el despacho el can anunció sus malos modos, lanzándole al abogado un bocado sin aviso, como suele hacer esta especie, cuando le tendió la mano a Doña Aurea. Y desde los brazos de la cliente, el perro aquél miraba al letrado con ojos de pocos amigos, como de abalanzarse de un momento a otro sobre él y ajustarle las cuentas que parece pensaba “chuchú” es lo que había que hacer con aquel tipo calvo y barrigudo, que se sentaba al otro lado del despacho.

La esposa anunció como cosa totalmente normal, que se quedaría con el perro, porque como no tenían hijos… En realidad, se lo había regalado hacía ya bastante años su amiga Encarnita y era su compañía más asidua, porque al marido no le veía el pelo más que de vez en cuanto, ya que siempre estaba viajando por ahí a causa de sus negocios.

En este momento el aludido, cambió de color y de actitud. Con voz suave, educada, pero firme, le preguntó a la que iba a dejar de ser su pareja que porqué se tenía que quedar ella con “chuchú”. Quién era el que lo sacaba a pasear por el parque, quién lo lleva al veterinario y a la peluquería perruna. Es que acaso aquél animalito no le hacía compañía a él y se le subía en el regazo cuando se sentaba en su sillón preferido, al llegar a casa, después una dura jornada de trabajo. Y en cuanto a los viajes, que constara que los hacía para ganarse la vida y para dársela de reina a Doña Aurea.

Ahí empezaron las “hostialidades”. Los dos clientes se enzarzaron en una sarta de reproches mutuos, algunos bien guardados en el fondo de sus buenas educaciones de colegio de alto estanding. Que si yo vivo bien es porque me lo merezco, porque llevo años aguantando tus ronquidos…Que si ronco es porque en la cama no tengo nada mejor que hacer…Claro, por eso contrataste a Rosita, que lleva siempre la falda tan corta que parece que el sueldo no le llega para pagar más tela.

En fin aquello fue subiendo de tono y a pesar de las advertencias conciliadoras del abogado, resultó imposible llegar a un acuerdo sobre el divorcio y el reparto de los cuantiosos bienes. La primera que se marchó airada, dando un portazo, fue Doña Aurea, llevando, eso si, a “chuchú” en su brazos y al abogado, antes de que se levantara enfadada del confidente, le pareció observar como una mirada irónica del canino, que era como si dijera..”Aquí mando yo, pues que te habías creido”.

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